En este aparte quiero compartir el artículo que escribí para la revista académica: Brújula, de la universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga, en abril del 2009, edición No. 45. En esta reflexión presento alternativas, para que los docentes responsables de atraer a los estudiantes a una lectura práctica y lúdica, mantengan una actitud abierta y cercana a las posibilidades de sus discípulos. Les invito entonces, a leer este texto que mantiene su vigencia y deja consejos útiles para todas y todos.
LEER UN PROPÓSITO PERSONAL
(La
importancia de la práctica lectora como talleres)
En el quehacer pedagógico la importancia de la
lectura se presenta como uno de los ejes primordiales en la articulación del
conocimiento. Una acción repetida desde
el “akademo griego”[1] (hacia el siglo V a.d.e.) propiciador del
encuentro con la reflexión y de allí el ejercicio filosófico. Más tarde en el Renacimiento con la ayuda de
la imprenta, el texto escrito se acercó al discípulo como posibilidad de
confrontar o repasar personalmente en sus páginas, los saberes que el maestro
propiciaba en el aula. Aunque esta
revolución en sí misma aparente, nunca logró que el pueblo practicara la
lectura, como lo plantearon los humanistas, tampoco remedió la intensión de
animar a los lectores al análisis, ni la reflexión.
Casi hasta el siglo XIX los directores y maestros, en universidades y
colegios eran los únicos llamados a interpretar, sentando como dogma sus
hermenéuticas. Actitud que aún continúa
en algunas instituciones pedagógicas, donde se presenta el saber o la
interpretación de lecturas con un solo eco y no permite, el abanico de
circunstancias emitido por el discípulo.
A partir de este referente, que debemos corregir, se propone la lectura
como herramienta fundamental para enseñar a reflexionar; para buscar desde un
texto, otro; en una práctica casi interminable, una red que propicie la
posibilidad de múltiples interpretaciones y asombros (acto esencial del ser humano y social) para acercarnos al conocimiento.
Entonces, la experiencia de la lectura podría
compararse con la de buscar en un cuarto oscuro una ventana que al abrirla nos
muestra un paisaje nuevo y sin límites.
O, quizá sería más osado semejarla con la metáfora de un tiquete aéreo
que si bien tiene un destino, no así la certeza de qué se encontrará al
llegar. Cada lectura es un tiquete a un
mundo, a un país, un rincón extraño que se ubica en un contexto real o irreal. Cada lectura es una aventura de donde tal vez
no se salga bien librado o donde posiblemente se encuentren respuestas o más
preguntas a esas inquietudes que nos invaden.
Sin embargo, el planteamiento que se pretende desarrollar en este
escrito no es evidenciar solamente la experiencia ante la lectura sino la
importancia del taller de lectura en la educación. El cómo seducir a la lectura y qué elementos
o métodos utilizar para llevar a esta acción, no sólo como entretenimiento y
placer, sino como mediador de conocimiento y motivador de investigación. ¿Cómo proponer la lectura o propiciar ese
espacio de goce? Qué clave usar para
ingresar a un ámbito que, ya en su interior, nos atrapa y desde donde es más
difícil salir. Un laberinto délfico,
donde un minotauro con diferentes argucias nos seduce cada instante, para
compartir con él ese delicioso y misterioso encierro.
Con este presupuesto es entonces que se propone la práctica
lectora, evidente en el taller de lectura como propiciador de ese permanente
encuentro con el saber, apartado del rigor o la formalidad que otras cátedras
paralelas al pensum poseen. En el taller
se buscará esencialmente motivar a la lectura con ejercicios lúdicos que de
manera inmediata lleven al alumno a conocer a través de los libros, lo mismo
que a la libre interpretación de los textos[2].
No obstante, no será suficiente motivar hacia la
lectura, será fundamental tratar de crear vínculos estrechos que ayuden al
hábito de lectura, con el propósito de lograr que el aprendiz llegue
regularmente y por alternativa propia a los textos, como posibilitadores de
conocimiento y diversión. Aquí se
propone entonces el acto de leer como una necesidad vital, una costumbre de
carácter cotidiano ligada a las necesidades básicas de existencia.
Por ello habrá que realizar como maestros, tácticas
muy precisas y efectivas para convencer la práctica constante hacia la acción
lectora. Podríamos intentarlo,
demostrándoles que algunas manifestaciones artísticas como: el teatro, el cine,
el arte, la literatura, el deporte, los juegos interactivos, retoman o
desarrollan temas muy cercanos a sus intereses particulares como: la moda, el
amor, la pasión, el sexo, los sueños, las frustraciones, los éxitos, la música
y sus ídolos que podrían relacionarse con sus actividades académicas.
Podríamos también desafiar la curiosidad del
estudiante, utilizando como ejercicio, en un día de clase común y corriente,
leer el capítulo de un libro clásico, seleccionado previamente donde el clímax
sea evidente. La lectura se debe
realizar de manera pausada, lenta, con la mejor entonación y dramatismo posible. Cuando se presente el momento de más
intensidad la lectura deberá interrumpirse.
El detenerse abruptamente debe provocar preguntas en el grupo: ¿qué
ocurrió después? ¿Cuál es el final? Las
respuestas solo las podrán contestar el estudiante, si continua la lectura por
su propia cuenta. O, se podría invitar a
la formulación de hipótesis sobre el desenlace o que se aventure a construir la
versión de un final. Es posible que la táctica tenga resultados con la mayoría,
no con todos, pues siempre habrá un pequeño grupo no susceptible a la treta
utilizada, pero la experiencia ya realizada, nos ilustra sobre un resultado
positivo.
Desde esta perspectiva el taller de lectura, será
también un espacio donde a través de esta mímesis, el aprendiz adopta el modelo
de su maestro frente al acto de leer. En
este sentido el modelo a seguir, el maestro mismo, debe ser apasionado de los
libros, deberá contribuir de manera sensible y crítica en la formación de
lectores, junto a otras características como: ser orientador, nunca imponer los
textos, inculcar y estimular, por medio de la praxis, la lectura como espacio
de debate o propiciador del ejercicio crítico; proponer la relación del texto
con otros aspectos del entorno para propiciar la intertextualidad. Estos cuatro parámetros se deben tener en
cuenta, para que el taller de lectura se pueda articular como fundamento de
desarrollo cognoscitivo.
Pero toda esta presunción de “buenas intenciones” no
se llevarán a cabo, sin la puesta en común de uno de los aspectos más
esenciales del acto lector denominado: interpretación. Pero, ¿qué es interpretar? Este interrogante aparentemente fácil de
descifrar puede ser el talón de Aquiles de nuestro taller. Aquí cabrían toda una gama de respuestas que
se podrían iniciar con la que define Estanislao Zuleta: “Interpretar es
producir el código que el texto impone y no creer que tenemos de antemano con
el texto un código común (...). Sólo la capacidad de pensar por sí mismos (...).
El método es pensar, interpretar, criticar. Los prerrequisitos están en el texto”[3]. Es así que se plantea una interpretación
libre sin establecer barreras, donde cuenta, ante todo, el conocimiento
personal; las asociaciones creativas, pero siempre con la premisa de argumentar
o dar sentido lógico a los planteamientos expuestos.
En este sentido la construcción subjetiva debe
implicar una relación estrecha entre el lector y el texto, una búsqueda de
afectos, experiencias y saberes reflejados en la interpretación que se realice;
Zuleta nos aportaría algo más, al decir: “debe haber códigos comunes entre
individuo y texto que nos liguen”. O,
para decirlo de otra manera, la lectura debe ser la herramienta para buscar
otros textos y desde estos otros, como ya lo habíamos mencionado, hasta llegar
a plantear lo que se podría denominar el hipertexto[4],
como lo han propuesto Cortázar, Eco, Barthes, Penac, Chartier, entre otros.
Desde esta apreciación la interpretación de un texto
debe ir más allá, no puede quedarse en la opinión simple y sin sentido que no
construye un saber. Es aquí, donde la
orientación del maestro estimulando a buscar a través de la mímesis, símbolos o
contextos que se plantearán desde el mismo texto tiene importancia radical y es
ahí donde se funda la techné del taller[5]. En esa techné, el taller presentará como
posibilidades de ejercicio interpretativo, los modelos y perspectivas de
lectura que se clasifican como Modelos: Estética
de la Recepción, Lectura como práctica social y Abducción y, desde una
perspectiva formal: Estructuralismo, Simbólica y Semiótica. Estas posibilidades son específicamente las
herramientas que utilizará el maestro para validar el acto de leer como una
construcción del conocimiento y estructuración lógica del pensamiento, que será
útil al aprendiz en el ámbito académico y por ende, en su formación como
individuo y ente social, es aquí donde se valida la lectura como otra
posibilidad de existencia. Un viaje que
después de realizado no nos deja en el mismo punto de partida.
Para finalizar no puede faltar la cita de Borges,
tan conocida, sobre el libro, que dice: “De los diversos instrumentos del
hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio son extensiones
de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la
espada, extensión de su brazo. Pero el
libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y la imaginación”[6]. Esa sería también la invaluable analogía
hacia la construcción del conocimiento.
FUENTES DE CONSULTA
MEMORIAS DEL TERCER CONGRESO NACIONAL DE
LECTURA. Mayo de 1997. Bogotá.
ZULETA, ESTANISLAO.
Sobre la Idealización en la vida Personal y Colectiva. Ediciones Procultura. Bogotá, 1985.
FREIRE, PAULO.
La importancia de Leer y el Proceso de Liberación. Editorial Siglo XXI. Bogotá, 1985.
DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA. Real Academia Española. Vigésima Primera Edición, Madrid, 1992. Tomo I y II.
BARTHES, ROLAND.
Selección de Ensayo. Editorial
Alianza. EMECE. Madrid, 1982.
CHARTIER, ROGER.
De la historia del libro a la Historia de la lectura. Libros, lecturas y lectores en la Edad
Moderna. Alianza Editorial. Madrid, 1994.
ECO UMBERTO.
De los Espejos y otros ensayos.
Editorial Lumen. Barcelona, 1994.
REVISTA HOJAS DE LECTURA. FUNDALECTURA.
Bogotá, diciembre de 1996.
Ejemplar No. 43.
BORGES, JOSE LUIS.
Conferencia sobre: El Libro.
Bogotá, mayo 24 de 1978.
[1] En
las escuelas socráticas, la lectura reunía a los discípulos ante el maestro
quien leía en voz alta para el grupo.
[2]
Entiéndase para efectos de una mejor comprensión del presente escrito, que la
palabra texto refiere por ejemplo al entorno, una película, una exposición de
arte, obra de teatro, musical. O como lo
diría Paulo Freire: “La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra,
de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la continuidad
de la lectura de aquel” (Tomado de
Freire, Paulo. La importancia de
leer. Bogotá: Siglo XXI, 1985. P. 95).
[3]
Zuleta, Estanislao. Sobre la
idealización en la vida personal y colectiva.
Ediciones Procultura.
Bogotá. 1985.
[4]
Sobre el hipertexto podríamos referir lo expuesto por el profesor Luis Bernardo
Peña de la Universidad Javeriana, durante el III Congreso Nacional de
Lectura. “El hipertexto nació como un
dispositivo de la tecnología informática.
Sus dos componentes básicos son los nodos y los nexos. Que forman entre sí una red de conexiones un
ejemplo más cercano de esos hipertextos sería el menú que aparece en la
pantalla del computador. El hipertexto
ofrece múltiples trayectos de lectura entre los cuales el lector decide el suyo
propio, de acuerdo con sus intereses, preguntas y estilo personal de lectura” (Bogotá, mayo de 1997).
[5]
“Mediación entre el hacer y el saber hacer.
Un saber reflexionado que se reconoce a través de la práctica y en el
dominio de la técnica”. Tomado del
trabajo en común del énfasis de Lecto-escritura: Principios Pedagógicos. Maestría en Educación. UNAB.
Bucaramanga. 1998.
[6]
Borges, José Luis. Conferencia en Bogotá
sobre: El Libro. Bogotá: mayo 24 de
1978.